lunes, 20 de octubre de 2025

Susto en el tractor

Cuando era niño, ir al rancho de mi abuela era como visitar otro planeta donde todo olía a mango, a plantas y a humedad.

Una de nuestras aventuras favoritas era pasear en el tractor. Nos subíamos donde podíamos, directo en el metal caliente. En esa ocasión, yo iba viendo hacia atrás, con las piernas colgando en la parte de atrás del John Deere enorme.

Debo haber tenido unos 8 años, mi prima 7, mi hermanito 5.

El tractor metió reversa. No hubo aviso. Solo el cambio de ritmo en el motor. Yo tenía el pie demasiado cerca de la llanta. Me dio curiosidad tocarla. Luego, rápido pero en cámara lenta, sentí el tirón. El tractor se quería llevar mi tenis, con mi pié, y conmigo.

Le grité al conductor. O eso creo. No sé si fue voz o nomás lo pensé. Don Agustín no me escuchaba. Pero mi prima sí. Me vio. Se levantó junto al conductor y gritó ella también, pero más fuerte, con ese tipo de grito que sí cambia las cosas. Él frenó. Yo no caí.

Hace poco caí en cuenta que muchas veces me acuerdo del momento exacto en el que pensé: “ya valí”. Esa sensación es algo que no se te olvida, aunque el cuerpo salga ileso.

No me gusta pensar en el “hubiera”, pero a veces se asoma.  Un par de segundos más y no la contaba.

domingo, 12 de octubre de 2025

El carro prendido (y el "foco" también)

Un ritual de hace muchos años era: “calentar el carro”. Uno prendía el motor unos minutos antes de arrancar. Como cuando le das el primer trago al café y esperas que prenda el cerebro.

No sé cuál era la ciencia detrás de calentar un motor, pero la fe era total. Aparte esto sucedió en Hermosillo, donde el motor ya estaba a 38 grados desde que amanecía.

Era una mañana de vacaciones y estábamos en casa de mi tía. Yo tendría ocho, tal vez nueve años. El carro estaba prendido en la cochera, solito, esperando órdenes.

Me subí al asiento del conductor.
Moví la palanca.
Y pisé el acelerador.

Directa.

La idea era moverlo un poco.

Masa por velocidad igual a un niño estampando el carro contra la barda. Un madrazo modesto, sin víctimas. Quizá un faro.

Nunca antes había manejado nada que no fuera mi bicicleta, pero ahí estaba yo, debutando como piloto automático de decisiones mal pensadas. No me regañaron. De hecho, ni me gritaron.

Esa escena era el resumen de muchas cosas: inocencia (por decirlo así), más iniciativa, un poquito de falta de contexto, y esa sensación de que todo está bajo control… hasta que te estrellas con la pared.

La infancia es eso: una serie de intentos mal calculados con consecuencias por lo general no tan graves, practicando para la adultez. Querer manejar sin saber es peligroso, pero creer que ya sabes manejar es peor.

Pasaron unos siete años antes de que volviera a chocar.

¿La infancia es eso? La vida, más bien.

domingo, 28 de septiembre de 2025

Endorphine High

Me gusta correr en la calle, y más en cierta época del año. Escucho podcasts, audiolibros, nada (cuando busco paz mental) y, muy de vez en cuando, música.

Me gusta correr en caminadora. Aire acondicionado si es necesario. Y leo. Leo mucho.

Me gusta correr en la playa. Descalzo, obviamente. Y terminar con un chapuzón si el agua y el clima son perfectos. Muchas veces son perfectos.

Hacer pesas no me gusta tanto. Lo hago a fuerzas. Hago fuerza a fuerzas.

Muy afortunado, pensaría yo. El tema es que aprovecho para fortalecer mi capacidad de indecisión. Todos los días es lo mismo: ¿qué hacer hoy? ¿Será que lo que dejé de hacer hubiera estado mejor? ¿Y si sí, o si no?

Luego me acuerdo que cualquier opción me hará sentir bien. Toda opción me hace bien.

viernes, 29 de agosto de 2025

Moneda, rifle y suerte

Yo tenía como 7 años.

Los grandes, entre 25 y 30, estaban jugando al francotirador con monedas en el aire, después de estarle tirando a las liebres. Supongo que en esos tiempos no habría mejores cosas que hacer.

Estábamos en un rancho cerca de Hermosillo, Sonora.

En un momento dejaron los rifles ahí. Así, nomás. Descuidados. Como si fueran la hielera. (De eso tengo otra historia).

Y yo, inocente o sonso o niño, agarré uno de los rifles, lo cargué, apunté al piso y le disparé a una moneda. Al cabo ya me habían enseñado a tirar.

Muy inteligente.

Una moneda. En el suelo. Con un arma real.

Y cuando llegaron todos corriendo y me preguntaron, les dije que le había atinado en el aire. La verdad es que me asusté mucho. Cuando disparé, el rifle me metió un señor madrazo en cuerpo y cara.

Por casi cuarenta años, el miedo, la culpa o el simple agradecimiento de que no pasó a mayores me han impedido reírme de eso.

La verdad es que tuvimos muchísima suerte. Mi hermanito estaba conmigo. No pasó nada, pero pudo pasar todo.

Y eso me lleva a pensar cuántas veces creemos que “no pasó nada” pero lo que pasó es que la tragedia andaba en otro lado.

Sobrevivimos a lo que ni sabíamos que era peligroso.

Creo que nunca le conté esto a nadie.

Tampoco creo que los adultos que nos estaban cuidando ese día lo hayan contado nunca.

lunes, 24 de febrero de 2025

Correr o no correr: Esa no es la pregunta… la pregunta es TODO lo demás

Si hubiera un ranking del sobreanálisis en el mundo, yo estaría entre los primeros lugares. Sobre todo cuando se trata de decisiones sin consecuencias y que no deberían tomarme más de dos segundos. Ejemplo: decidir si salgo a correr el fin de semana. Para otros es un simple "me pongo las tennis y salgo"; para mí es una película de tres horas, con intermedio, palomitas y gente opinando.

Todo empieza con la mejor de las intenciones: "Este sábado salgo a correr". A todo dar, suena fácil. Pero luego mi cerebro prende el "modo caos", que por cierto tiene en "favoritos". ¿A qué hora? Si voy temprano, disfruto del amanecer, como Rocky. Pero, ¿Y si primero me tomo un cafecito y leo un rato? Eso también suena bien. Aunque habrá más calor y humedad más tarde. Decisión pendiente.

Luego viene el dilema de los audífonos. ¿Me los llevo? Correr con música definitivamente vuelve más fácil el paseo. Pero, ¿y si mejor descargo un podcast y aprendo algo por mientras? ¿Dos por uno es mejor? O tal vez un audiolibro, para avanzar en esa lista pendiente, que nunca se acaba. Nota mental: Necesito dejar de comprar libros por lo menos un año. Aunque... sin audífonos podría escuchar los pájaros, el mar, pensar, meditar. Siempre he admirado la paz mental de quien corre sin audifonos. ¿Y si me pierdo de algo? Esto se está complicando.

¿Será que debo hacer una tabla comparativa como si fuera una decisión de finanzas? ¿Un árbol de decisiones? No... perderíamos mucho tiempo poniéndole numeros a lo subjetivo.  Mejor decidimos, mi cerebro y yo, como la gente normal.

Ahora, ¿dónde corro? La playa suena perfecta: arena, brisa, buena vibra. Pero correr en la calle es más fácil.  Correr en arena parece mejor idea de lo que es. Vas chueco, los pies se hunden. Varía la densidad.  Es más cansado definitivamete. No es como se ve en la de Rocky cuando va corriendo con Apollo. Es una realidad, correr en la playa es bonito en la idea pero no tanto en la práctica.   O podría ir al gym y hacer algo de pesas.  A esta edad hay que procurar el ejercicio de fuerza.  Necesitamos músculos para soportar la edad. No, gym no, ¿cómo me voy a encerrar del aire puro y el sol?. Playa entonces. Claro que es más difícil y por eso hay que hacerlo, diría Goggins. ¿Corro descalzo y libre o con tenis para evitar clavarme una concha? Ya me pasó. Si corro descalzo tendría que dejar las chanclas en la playa o irlas cargando.  Y si se pierden las chanclas, tendría que regresar descalzo a casa.  Aunque ya lo he hecho antes, por terapia.  En fin. Descalzo es libertad, pero recuerdo la última vez que me corté corriendo en la playa. Estuve inmovilizado unos días. ¿Cómo regresaría a casa? No soy ligerito como para que cualquiera me ayude. Pero bueno, descalzo, definitivamente. Con tenis no es opción. Sirve que hacemos "grounding".

¿Me llevo el teléfono? ¿Y si me meto al mar después de correr? Prefiero no dejar nada valioso en la orilla como teléfono y audífonos. Me relaja alejarme del teléfono. Procuro correr sin teléfono. Pero, ¿y si veo un amanecer perfecto y no puedo tomar foto para el Instagram? Si voy con teléfono, se incrementan mucho las opciones de cosas que puedo escuchar vs lo descargado en el reloj. Vuelta al inicio.

Y respecto a la logística. ¿Me llevo la bicicleta hasta la playa o corro desde casa? Correr mejor no porque ya quedamos que vamos en chanclas. Si voy en bici, necesito candado. ¿Llevo bolsita para la llave o la escondo bajo una piedra? ¿Y si alguien me ve escondiéndola y me la roba? Mejor bolsita. Pero, ¿si ya voy a llevar bolsa, será que llevo el teléfono? Uno nunca sabe. También podría llevar id y tarjeta, por si se nos atraviesa alguna tienda y traemos sed. ¿O mejor no?

Al final, pasan dos horas, sigo en pijama, ya me tomé el café.  Algo alcancé a leer. Pero de que corro, corro. Ser flojo no es opción. ¿Cómo se me fue el tiempo? Vámonos a la playa, como Rocky y Apollo hubieran querido. Goggins también estaría de acuerdo. Mañana toca calle, ¿o gym?. O no. Ya veremos.


lunes, 17 de febrero de 2025

No muy aficionado y ya jubilado

Nunca fui de los que no se perdían un partido. Tampoco me aprendí nombres, estadísticas o hazañas históricas. Había ciertos juegos, ciertos equipos que realmente disfrutaba, principalmente de basket, americano y soccer. Tal vez, de vez en cuando, algún partido de hockey o baseball se colaba en mi interés.

Hoy, ya no me emociona sentarme frente a la pantalla y seguir cada jugada. No le encuentro sentido. Sé que el tiempo invertido en un partido es, cuando menos, la mitad de un buen libro. Y últimamente, prefiero un libro.

Pero extraño lo que significaba disfrutar un partido. La emoción. La estrategia. Tratar de entender las razones detrás de cada movimiento. La incertidumbre de no saber qué va a pasar. La capacidad sobrehumana de un atleta en su mejor momento.

También extraño las pláticas. Compartir ideas, predecir jugadas, celebrar lo inesperado. Esas emociones gratis que el juego regalaba sin pedir nada a cambio.

Tal vez sea una fase. O tal vez ya viví lo que tenía que vivir con el deporte y no hay nada más para mí ahí. No lo sé. Lo bueno es que los juegos siempre van a estar ahí, por si algún día decido volver.

miércoles, 22 de enero de 2025

Entre uñas brillantes y entrevistas importantes

De pronto, recordé aquellos tiempos. Mis primeras aventuras en la capital: traje, corbata y zapatos boleados. Listo para conquistar el mundo.

Había notado que los hombres traían las uñas bien cortadas. Parecía un requisito para pertenecer a la gran ciudad. Las comparaba con las de mi tierra y, la verdad, se veían… diferentes. No lo entendía del todo, pero al final pensé que era como tener el pelo bien cortado: parte del uniforme.

Tenía una serie de entrevistas importantes, así que decidí pasar por la peluquería. En aquellos tiempos, era "la peluquería para hombres". No como ahora, que son barberías con faciales, masajes y mil tratamientos. Que no me molestan, pero eso es otra historia. Total, me siento, y resulta que ahí había una señorita que cortaba las uñas. No le decían manicure ni nada elegante: simplemente “te corto las uñas”. Me pareció razonable, alineado con mis criterios norteños del siglo XX.

La señorita me pone los dedos en agua caliente. Todo bien. Me corta las uñas. Perfecto. Las lima, las lija, las moldea… y quedan bien bonitas. A donde fueres, haz lo que vieres, pensé.

Y entonces viene la pregunta: “¿Te pongo esmalte?”

Yo, en mi total ignorancia, no tenía idea de qué era el esmalte. Supongo que lo pregunté. Lo que sí sé es que, de alguna manera, salí de ahí con esmalte.

Ahí voy, con mis uñas cortadas y brillantes, rumbo a mis entrevistas. Todo iba bien hasta que, a medio camino, miré mis manos. Uñas brillantes. Muy brillantes. Demasiado brillantes. “¡Madres!” Intenté lavarme las manos. No funcionó. Siguiente escena, yo corriendo de regreso a la peluquería.

Por suerte, la señorita solucionó el desastre a tiempo. Llegué a mis entrevistas sin mayor problema. Y aprendí una lección importante: no todo lo que brilla es oro. Bueno, no, esa no. La lección es esta: no hagas experimentos sin margen de maniobra.