lunes, 17 de febrero de 2025

No muy aficionado y ya jubilado

Nunca fui de los que no se perdían un partido. Tampoco me aprendí nombres, estadísticas o hazañas históricas. Había ciertos juegos, ciertos equipos que realmente disfrutaba, principalmente de basket, americano y soccer. Tal vez, de vez en cuando, algún partido de hockey o baseball se colaba en mi interés.

Hoy, ya no me emociona sentarme frente a la pantalla y seguir cada jugada. No le encuentro sentido. Sé que el tiempo invertido en un partido es, cuando menos, la mitad de un buen libro. Y últimamente, prefiero un libro.

Pero extraño lo que significaba disfrutar un partido. La emoción. La estrategia. Tratar de entender las razones detrás de cada movimiento. La incertidumbre de no saber qué va a pasar. La capacidad sobrehumana de un atleta en su mejor momento.

También extraño las pláticas. Compartir ideas, predecir jugadas, celebrar lo inesperado. Esas emociones gratis que el juego regalaba sin pedir nada a cambio.

Tal vez sea una fase. O tal vez ya viví lo que tenía que vivir con el deporte y no hay nada más para mí ahí. No lo sé. Lo bueno es que los juegos siempre van a estar ahí, por si algún día decido volver.

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