jueves, 11 de junio de 2009

llantas del Tío José

Tenía yo no más de 3 años. Lo sé porque hasta esa edad viví en el departamento dónde sucedió lo siguiente...


Había un vecino que vivía sólo. Como todos ahí eran tíos o tías, le decíamos Tío José. Vivía sólo y creo que era más joven que los demás vecinos.

Era a todo dar... Siempre tenía chocolates...

Un detalle curioso es que en el “contry”, dónde vivíamos, las puertas de todas las casas siempre (siempre, siempre) estaban abiertas. Entrabamos a la casa que quisiéramos cuando quisiéramos. Ya sabíamos donde habría pastel, chocolates, etc…

La casa del tío José tenía un atractivo bastante interesante para mis amigos y para mí: una cama de agua. Durante el día los hombres no estaban, y durante vacaciones sabíamos que podíamos entrar a brincar en esa cama tan divertida; siempre y cuando llegáramos antes que “doña Ramona”, quien se encargaría de dejar todo como si nada hubiera pasado.


Un día lo traicionamos... Encontramos unos clavos muy grandes y los colocamos debajo de sus llantas. Inclinados perfectamente para que cuando metiera reversa, los clavos se enterraran en cada llanta.


Esperamos escondidos a que tuviera que mover su carro y ¡pum! Ahí tronaron. Nos pareció muy divertido y nunca nos descubrieron.

Que gusto de hacer maldades sin saber que eran maldades… creo…

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