lunes, 11 de febrero de 2008

Primer día en la nueva sencundaria...

Mi papá me convenció de cambiarme a una nueva escuela cuando pasé a segundo de secundaria. Ahí estudió mi padrino y hablaba muy bien de ese colegio. El examen lo pasamos 3 personas de más de 100. Lo cuál me resultó un honor. Era una escuela Marista, y no sabía que esperar. Hasta el momento mi educación había sido laica (excepto por el intento de mis padres de cambiarme a un kinder religioso, en el que no duré ni 2 horas en total, pero esa historia merece su propio espacio).

En fin... resultó una experiencia de lo mejor e hice muy buenos amigos.

Pero la primera impresión no fue la mejor.

No había que llevar uniforme, más que para los días en que tocaba deportes, lo cual me agradó. Llegué a la entrada y estaba el director recibiendo a los alumnos. Lo saludé, puesto que el amablemente me saludó primero, y le pregunté que en dónde nos formaríamos para entrar a los salones. Me contestó que no se hacían filas por la mañana y que me fuera directo a mi salón.

El salón 35, en el tercer piso. Total, subí a mi salón, en donde 51 adolescentes compartirían un año de clases. Venía de una escuela mixta de salones de alrededor de 25 personas. Aqui eran sólo hombres, y eran 50.

Lo malo de la adolescencia es que la mitad ya se te hacen señores. Además, la mayoría se conocía de toda la vida.

En fin. Busqué mi lugar y me senté. Todos los demás gritaban, se saludaban, reían, bromeaban, se molestaban, etc...

En eso, veo que frente al salón dos compañeros se hacían de palabras. Uno alto y pesado, el otro pequeño y regordete. Cuando menos lo esperaba, el pequeño sacó una navaja y se abalanzó sobre el que lo estaba molestando. Por alguna razón me levanté para ayudar a desarmar al loquito ese. El incidente no pasó a mayores y la gente lo tomó con buen humor. Quince minutos en mi nueva escuela y ya había presenciado un acto vandálico.

Comenzó el día y supe que teníamos 3 recreos. Dos cortos, de quince minutos me parece, y uno largo, de 30 o 45 minutos. Los días pasarían rápido y eso me gustó.

Durante el día también, hubo un cabronsito que decidió ponerse a tirar papelitos ensalivados con una pluma hueca. Hubo uno que me pegó, volteé, disimuló, y me hice el que no supe quién había sido. No tenía referencias de nadie y no sabía quién más traería una navaja.

A la salida, un compañero me preguntó que si me habían dado con un papelito, dije que sí y me dijo que él sabía quién había sido, y que a él también le habían pegado. Me preguntó que si lo acompañaba a darle una lección. Como no conocía a nadie, dije que sí.

Lo encontramos, le gritó, le pegué, se cayó. Fin del primer día.

"¿Cómo te fué hijo?", "Bien madre, bien..."

Cabe mencionar que la escuela resultó muy agradable. El primer día no fue representativo. En parte eso, y en parte me acostumbré...

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