Teníamos vecinos nuevos.
Uno de nuestra edad y un hermano mayor enorme (como de 9 o 10 años).
A Homerín, Julito y a un servidor no nos cayeron muy bien. Quisimos ser amigables, lo recuerdo bien. Pero no eran simpáticos y no quisieron ser amigables.
En fin, en adelante hubo una serie de problemas y terminamos de pleito. Pedradas, gritos, insultos, etc.
En una ocasión tuvimos que darle su merecido al pequeño extraño. Al parecer le pareció ridícula nuestra prueba de ponernos un gusano bellotero en el brazo. No tenía remedio y merecía la lección.
En eso, mientras el menor estaba en el suelo llorando, vimos venir al grandulón corriendo hacia nosotros. Parecía un toro enojado. No le agradó ver a su hermanito llorando.
Ya venía muy cerca, por lo que salimos corriendo hacia mi casa con el monstruo tan sólo a un metro de nosotros.
Homerín, que corría más rápido, llegó primero a mi casa y abrió la puerta. Entró corriendo y enseguida entré yo. La adrenalina corría por mis venas y me volví para cerrar la puerta en cuanto entrara Julio.
Desgraciadamente el niño grande venía justo atrás de él. A punto de atraparlo.
Tomé la puerta, indeciso con respecto a cerrar o no.
Recuerdo la cara de Julito. Desesperado… Si el miedo tiene rostro sin duda es exactamente como lo que ví ese día.
Atrás venía el monstruo. No dudaría en despedazarnos a los tres si tenía oportunidad.
Tuve que tomar una decisión. Y la decisión fué salvar mi trasero. Cerré la puerta en las narices de Julito.
Oí mucho ruido y corrí a pedir el auxilio de mi mamá. Llegó mamá y abrió la puerta. Julito yacía tirado en el piso, llorando desconsolado. El monstruo había desaparecido.
Hasta la fecha sufro con ese recuerdo.
Después nos vengamos unas cuantas veces…