lunes, 28 de enero de 2008

El tres no existe...

Estaba con mis amiguitos trepado en una barda. Seguro los conocía desde hacía tiempo pero es el primer recuerdo que tengo de ellos.

Total, yo ya sabía contar, ya había pasado unos cuantos días en el kinder.

Uno de los niños preguntó su edad a los demás. Recuerdo que los demás tenían cuatro años. Cuando llegó mi turno, extendí mi mano con tres dedos levantados y dije que tres; uno de los niños volteó y me dijo con una enorme seguridad: "el tres no existe".

Tremendo shock. ¿El tres no existe? A pesar de que yo sabía la equivalencia de mi edad en dedos de las manos, y sabía contar esos dedos, me hizo dudar. ¿En verdad el tres no existía? Ellos eran mayores y habían pasado más días en la escuela.

Regresé a casa frustrado.

El tres no existe.

A vengarnos del Yogui...

Tuve la suerte de vivir una infancia increíble, puesto que mi casa estaba frente a un campo de golf, el cuál a su vez estaba a un lado de un bosque. Además, el hecho de vivir en un pueblo representaba un grado increíble de libertad para un grupo de niños. Nos juntabamos y podíamos hacer lo que fuera. Recuerdo muchas cosas, como cuando cruzamos el campo de golf y llegamos a un parque (esa vez si se volvieron locas las mamás). En fin, mil aventuras durante mi temprana infancia.

En el momento de ésta historia tenía yo como cinco años.

Total, había un perro que no sé que tanto nos molestaba, un pastor alemán, propiedad de unos vecinos. Ese día, el Homerín, el Julito, Jorgito, mi hermano Daniel y yo, decidimos que era hora de librarnos de él (Daniel tenía tres años, por lo que tal vez no opinó en ese momento).

El plan era sencillo: conseguiríamos una cuerda y la pasaríamos alrededor del tronco de nuestro árbol (más bien, mí árbol), ataeríamos al Yogui, lo amarrabamos y lo colgabamos. Por algún motivo ya sabíamos que sí lo ahorcabamos, dejaría de respirar y moriría.

De alguna manera logramos hacer unos nudos y preparar la horca. De alguna manera también logramos atraer al perro y asegurar la cuerda alrededor de su cuello. Y de alguna manera también nos la ingeniamos para jalar entre todos y colgar al perro. A veces ni yo lo puedo creer. De un lado de la cuerda el pastor alemán colgando, del otro los niños jalando. Recuerdo que el perro solo colgaba y creo que nos miraba (o tal vez eso ya lo inventé para hacer el recuerdo más interesante). No había sentimientos, no había remordimiento, había que acabar con él.

En eso la dueña del perro llegó corriendo y gritando, y lo soltamos inmediatamente. Falló la misión.

Curiosamente poco tiempo después el perro apareció muerto. Yo lo descubrí. Colgado de una de esas puertas de madera. Al parecer trató de saltarla y se atoró. Era su destino.

domingo, 27 de enero de 2008

de cuando fuí minero...

En el verano del '97, a finales de mis 19 años, tuve la "oportunidad" de trabajar en una mina. Estuve un año fuera, y añoraba esas vacaciones de verano de regreso en mi tierra, puesto que el siguiente año también lo pasaría fuera.

Me duró poco el gusto, puesto que mi padre ya me había conseguido un trabajo de verano. Bueno por lo del trabajo, malo porque era fuera de la ciudad.

A pesar de que no terminaba de agradarme la idea de pasar el verano lejos de casa, la idea de la aventura siempre me va a atraer más que lo que ya conozco. Cuando me he visto ante una decisión, en la que una de las alternativas representa algo nuevo, es casi seguro que la voy a elegir. Esto me ha resultado muy enriquecedor por una parte, pero por otra creo que en cierto sentido me vuelve inestable. En esta ocasión iba a ser minero. Mi abuelo fué minero y aún recuerdo el verlo salir de su casa con su lonchera de metal y su casco; se subía a su camioneta Ford verde y arrancaba hacia lo desconocido para mí, levantando el polvo. Yo tendría unos tres años, pero me es tan claro ese recuerdo: la iluminación, la temperatura, el olor. Después relacioné que ese recuerdo tal vez provocó que me resultara atractiva la idea de ser minero.

En fin, un par de días después de tocar base en casa, me encontraba haciendo mis maletas. Me iba a trabajar a un pueblo de 5,000 habitantes, ubicado en alguna sierra de Chihuahua. De cualquier forma me agradaba la idea de ser independiente un par de meses. Tomé mi camión a la ciudad de Chihuahua, me bajé y tomé otro a la ciudad de Parral (la capital del mundo le dicen los de ahí). Y un rato después iba rumbo a San Francisco del Oro, caminando con mi mochila por algún camino de tierra. Después tomé un taxi muy viejo. Sólo tengo un vago recuerdo de haber sentido, una vez más, esa sensación de "¿qué estoy haciendo aquí?"

Después de vivir la experiencia de bajar por primera vez a una mina subterránea en una "calesa" (todos los mineros se le quedan viendo al nuevo para ver su expresión conforme la jaulita toma velocidad y todo se vuelve obscuridad), viví muchas cosas emocionantes. Aprendí a manejar un tractor, y me divertía haciendo "trompitos" en las bóvedas gigantes, un par de kilómetros bajo tierra. Aprendí a usar una máquina (de cuyo nombre no puedo acordarme), un tipo de martillo hidráulico gigante, que trituraba piedras y en la que me podía pasar horas jugando. Me tocó encender la mecha de los explosivos y colocar y detonar explosivos plásticos para destapar un "chutis" (supongo que venía de la palabra en inglés "shooter"). Hubo otra vez que se descompuso la lampara de mi casco, pero afortunadamente volvió a funcionar.

Conocí un par de ingenieros recién graduados, un doctor haciendo su servicio social, y tres practicantes de ingeniería en minas; con quienes me iba de fiesta a la ciudad de Parral. Pasamos muy buenos momentos. Una vez nos robamos (y porsupuesto después devolvimos) una camioneta de la mina para poder irnos a pasear.

Hubo una escena que me gustó mucho, en la que iba bajando de la sierra en el transporte que iba y venía a la mina, del tipo de un transporte escolar de las películas americanas. Aún de noche hacia abajo se veía un hermoso bosque. Los vehículos levantando el polvo en los caminos de tierra, y los mineros jugando como niños, contentos de terminar un día más de trabajo.

Otra situación divertida fué que venía la tan esperada pelea de Mike Tyson, quien regresaba al ring después de 11 meses. Era la revancha contra Holyfield, y se esperaba que Tyson ahora vendría muy bien preparado después de haber sido noqueado. Pues el preparar las instalaciones para ver la pelea fué todo un acontecimiento. Hubo que conseguir una antena, conseguir escaleras, cables, una televisión decente y demás. Además de cerveza, carne, asador, etc. La instalación y ajuste de la antena tomaron más tiempo de lo esperado y creo que logramos captar la imágen a la mitad del segundo round. Nos estabamos terminando de acomodar para disfrutar el evento, cuando Tyson decidió morder la oreja de Holyfield y se suspendió la pelea. Sé que a mucha gente le pasó algo similar, pero dudo que muchos hayan tenido que instalar una antena y cableado de televisión.

En fin, resultó ser una excelente experiencia. Muy enriquecedora. En aquel tiempo la comunicación no era lo que es ahora. Perdí contacto con todos los que fueron mis amigos ese par de meses en que fuí minero. Me gustaría saber que fué de ellos. Ni recuerdo sus nombres.

sábado, 26 de enero de 2008

El primero

Nací un 23 de agosto de 1977.

Hijo primogénito de un matrimonio jóven. Mis padres se conocieron siendo los dos estudiantes foráneos en la ciudad de Monterrey. Después de casarse se establecieron en Cananea, una pequeña ciudad minera situada en Sonora, donde nació mi padre y aún vivían mis abuelos.

A pesar de haber nacido en Hermosillo, siempre me he considerado cananense.

Soy el mayor también de todos mis primos, por lo que desde muy pequeño fuí grande.