viernes, 29 de agosto de 2025

Moneda, rifle y suerte

Yo tenía como 7 años.

Los grandes, entre 25 y 30, estaban jugando al francotirador con monedas en el aire, después de estarle tirando a las liebres. Supongo que en esos tiempos no habría mejores cosas que hacer.

Estábamos en un rancho cerca de Hermosillo, Sonora.

En un momento dejaron los rifles ahí. Así, nomás. Descuidados. Como si fueran la hielera. (De eso tengo otra historia).

Y yo, inocente o sonso o niño, agarré uno de los rifles, lo cargué, apunté al piso y le disparé a una moneda. Al cabo ya me habían enseñado a tirar.

Muy inteligente.

Una moneda. En el suelo. Con un arma real.

Y cuando llegaron todos corriendo y me preguntaron, les dije que le había atinado en el aire. La verdad es que me asusté mucho. Cuando disparé, el rifle me metió un señor madrazo en cuerpo y cara.

Por casi cuarenta años, el miedo, la culpa o el simple agradecimiento de que no pasó a mayores me han impedido reírme de eso.

La verdad es que tuvimos muchísima suerte. Mi hermanito estaba conmigo. No pasó nada, pero pudo pasar todo.

Y eso me lleva a pensar cuántas veces creemos que “no pasó nada” pero lo que pasó es que la tragedia andaba en otro lado.

Sobrevivimos a lo que ni sabíamos que era peligroso.

Creo que nunca le conté esto a nadie.

Tampoco creo que los adultos que nos estaban cuidando ese día lo hayan contado nunca.

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