martes, 9 de noviembre de 2010

We are just getting stronger

Cuando las cosas parecen difíciles en cualquier sentido, me viene a la mente un recuerdo de aquel par de años en la escuela militar.

Cuando uno incurría en alguna falta que ameritaba un castigo un poco más severo, había que pasar el fin de semana marchando. 

Las horas inútiles de marcha, que sustituían el poco tiempo libre del que un cadete gozaba cada semana, comenzaban con una sesión de trote alrededor del campus y en muchas ocasiones por la ciudad.  Había que trotar en formación, con botas y con el rifle.  Algunos tramos alzando el rifle sobre la cabeza con los brazos extendidos.  Está de más comentar que no era divertido.

Ya fuera bajo el sol en verano, o entre la nieve en invierno, la experiencia era agotadora a pesar de que gozábamos de buena condición física.  Un castigo a final de cuentas.

Ese día, estuvimos dando vueltas alrededor de la escuela un rato y yo me sentía agotado como nunca. Sentía que tenía que detenerme y atenerme a las consecuencias o me desmayaría si daba dos pasos más. 

Finalmente nos dirigíamos a la escuela, lo que significaba que estábamos a punto de terminar. 

De pronto, quien dirigía la formación, decide dar la vuelta en sentido contrario para alargar un poco más la fiesta.

No sabía si reír, llorar, gritar, tirarme al piso…

Se pudo sentir y oír que caía el ánimo del pelotón que un segundo antes creía que todo iba a terminar. 

En eso, un compañero grita a todo pulmón: “We’re just getting stronger people! We’re just getting stronger!”

No supe quien fue, pero inmediatamente sentí una energía renovada.  Justo a tiempo.  Repetí su frase en mi mente.  Después la grité.  Inmediatamente el pelotón comenzó a cantar con más energía y fuerza.

Hasta el día de hoy, muchos años después, esa frase surge cuando siento que no puedo más.
Revivo la escena completa en mi cabeza, seguida de la energía renovada.  Una sensación de fuerza.  Una sensación de poder.

We are just getting stronger.

jueves, 19 de agosto de 2010

rifle

Estaban los señores tirando una moneda al aire y apostando a ver quien la atravesaba con una bala.
Yo tenía unos 5 años.  Sabía cargar y disparar el rifle.
Se fueron todos a asar la carne.
Agarré un rifle, le puse una bala y puse una moneda en el piso.
Sería fácil agujerarla en el piso, y posteriormente diría que la atravesé en el aire.
- ¡PUM!
- ¿Qué pasa?
- El niño disparó.
Y el niño temblando asustado.
No sé dónde quedó la moneda, pero si le hice un agujero a la banqueta y me saltaron pedazos en la cara.  Seguro no lo volvería a hacer.

El día que perdí el trono…

Recuerdo perfectamente ese día.
Estaba yo en casa de mis abuelos y sabía que ese día nacería mi hermanito.  Tenía yo dos años recién cumplidos.
En algún momento del día supe que había nacido y que además era niño.  La idea no me parecía del todo mal.
Recuerdo que mi papá fue a recogerme. 
Llegamos al hospital.  Me explicó que no podía yo pasar así que pasaríamos a escondidas.  Recuerdo haberme tenido que esconder en algún pasillo mientras pasaba un doctor.
Finalmente recuerdo el pasillo… largo… (no sé que tan largo pudo haber sido en el Hospital del Ronquillo en Cananea, Sonora).
Llegamos al cuarto… uno de los últimos del lado derecho.  La puerta estaba abierta.
Entré.  Mi madre en la cama con un bebé en brazos.  Mucha familia y amigos en el cuarto.  Todos observándome.  Como que viendo a ver que hacía.  Me volteé y salí corriendo.  Pero no fue porque me molestara.
Creo que nunca sentí celos de mi hermano.  Jamás me sentí relegado y me pasó de noche el hecho de ya no ser el primer bebé de la familia. 
La familia tenía tiempo para los dos.

lunes, 12 de julio de 2010

La Expropiación de la Banca y las Pastillas de Menta

De las cosas más difíciles cuando es uno muy pequeño, es acompañar a los adultos a hacer mandados. Había algunos peores que otros. 

Me vienen varios ejemplos a la mente, pero uno especialmente difícil era ir al banco.

Era un lugar frío, aburrido, callado y con unos sillones de plástico incómodos que es donde yo tenía que esperar a mi madre.  Un Banamex en Cananea.

Lo único que hacía ésta experiencia más llevadera, era que al momento en que yo llegaba y me acomodaba en la salita a esperar, las empleadas del banco me llevaban un recipiente de cristal con pastillas de menta.  Con eso tenía yo para entretenerme un rato.

Es por eso que recuerdo el día en que llegué al banco, me acomodé y no me ofrecieron pastillas de menta.

Al salir pregunté extrañado a mi madre qué era lo que había pasado.  No entendía yo el motivo de tal descortesía.

Me explicó que los bancos ya no eran privados, que ahora pertenecían al gobierno, y que probablemente ya no habría pastillitas. 

Desde entonces estuve a favor de la privatización de la banca.

miércoles, 14 de abril de 2010

Transporte escolar

Otro recuerdo de cuando fui minero.

Bajando de la mina situada en la sierra, en los camiones de la compañía.

Los mineros van riendo. Contando chistes. Bromeando unos con otros. Molestando a uno entre varios. Cantando.

La diferencia entre el autobús que baja a los mineros de la sierra y un transporte escolar de primaria es nula. Curioso en aquel entonces.

Después aprendí que todos los hombres son niños cuando pueden.

La Calesa

Recién me vino un recuerdo de aquel verano en que fui minero.

La primera vez que uno baja a una mina, es una experiencia muy curiosa. Es emocionante para empezar. Va uno con su disfraz de hombre rudo... "overall", casco, lampara, botas, guantes y demás.

Sabes además que bajarás varios cientos de metros bajo tierra... después de haber escuchado explosiones mientras temblaba el piso.

Te subes a "la calesa"... una canasta gigante que hace las veces de elevador...

Siempre volteando hacia afuera. De lo contrario los cables de tu equipo personal se pueden atorar en el túnel y la historia resultaria en tragedia.

Se suben los demás.

Comienza a bajar rápidamente. El descenso es mas rápido de lo que uno espera.

Los demás encienden sus lámparas.

Todos voltean a ver al nuevo. A ver que cara pone.

Baja rapido. Esta obscuro. Se sienten nervios.
FN

martes, 30 de marzo de 2010

Balazos

Ya tenía yo como 30 años, y llevaba un par de años viviendo en la capital.  Iba a una fiesta del trabajo que me quedaba algo retirada.  Los taxis son baratos, así que a mi parecer en esa ciudad no vale la pena manejar cuando no conoces; además evitas andar buscando donde estacionarte, perderte un rato, etc.

Total, platicábamos el taxista y yo de diversos temas de actualidad, como es costumbre.

Circulábamos por una avenida de dos carriles de un sentido, el camellón, y dos carriles en sentido contrario.

Iba una patrulla con la torreta prendida, como a 40 kmh, atrás otro carro, y atrás nosotros.

El carro cambió al carril izquierdo y comenzó a rebasar a la patrulla.  El taxista lo siguió.

Apenas íbamos sobrepasando nosotros a la patrulla, cuando el carro de adelante se detiene, y sale algún tipo de arma larga de la ventana derecha de atrás, y comienza a disparar contra la patrulla.  En eso se abren las puertas y se bajan 3 o 4 personas abriendo fuego.

El taxista lentamente salió de la línea de fuego y subió el carro al camellón.

Y de ahí nada más a agacharse y esperar. 

Afortunadamente nadie salió herido en esa ocasión, pero aún me sobresalto cuando escucho ruidos que parezcan balazos.

jueves, 18 de marzo de 2010

El mejor consejo que he recibido…

Creo que el mejor consejo que he recibido en la vida, me lo dio mi padre cuando era yo adolescente.

Hablé mal de una persona, y después recuerdo que dije: “me cae muy mal”.

Después de preguntarme que porqué me caía mal, y que yo expusiera mis vagos motivos, me dijo:

“Que nadie nunca te caiga mal, hijo, todo mundo tiene algo bueno.  Búscalo.”

De inmediato lo puse en práctica.  Al menos la parte de que todo mundo tiene algo bueno.

Hasta el momento ha sido verdad.  Seguramente tengo más amigos y he aprendido más con esa nueva perspectiva.