De las cosas más difíciles cuando es uno muy pequeño, es acompañar a los adultos a hacer mandados. Había algunos peores que otros.
Me vienen varios ejemplos a la mente, pero uno especialmente difícil era ir al banco.
Era un lugar frío, aburrido, callado y con unos sillones de plástico incómodos que es donde yo tenía que esperar a mi madre. Un Banamex en Cananea.
Lo único que hacía ésta experiencia más llevadera, era que al momento en que yo llegaba y me acomodaba en la salita a esperar, las empleadas del banco me llevaban un recipiente de cristal con pastillas de menta. Con eso tenía yo para entretenerme un rato.
Es por eso que recuerdo el día en que llegué al banco, me acomodé y no me ofrecieron pastillas de menta.
Al salir pregunté extrañado a mi madre qué era lo que había pasado. No entendía yo el motivo de tal descortesía.
Me explicó que los bancos ya no eran privados, que ahora pertenecían al gobierno, y que probablemente ya no habría pastillitas.
Desde entonces estuve a favor de la privatización de la banca.